UN 13 DE JUNIO QUE NUNCA SUENA IGUAL

 MOROS Y CRISTIANOS CARBONERAS 2025

Un 13 de junio que nunca suena igual

La Relación volvió a llenar la glorieta de pólvora, teatro y emoción el día grande de San Antonio


De izquierda a derecha: el general cristiano y su sobrino en brazos, el alférez cristiano, el general moro, el centinela cristiano y el alférez moro subidos a caballo (menos el centinela cristiano) frente al Castillo de San Andrés. San Antonio, en la parte derecha, custodiando la Relación. Fuente: Ayuntamiento de Carboneras


13 JUNIO 2025 - 23:30 CEST 


Sara Ruiz Belmonte


Hay días que no se parecen a ningún otro. Días que huelen a pólvora, a historia. Días en los que los tambores tocan generala y las abuelas se acomodan en las gradas con abanico en mano. En Carboneras, ese día es el de San Antonio. El patrón del pueblo. El centro de una de las representaciones más antiguas de Moros y Cristianos de Almería. Cada 13 de junio, las espadas se cruzan, el verbo se desata y la glorieta se convierte en escenario. Un guion que se repite, sí. Pero nunca igual. No hace falta haber nacido aquí para percibirlo. Basta con sentarse y deleitarse.


Las gradas se llenaron. Los móviles se alzaron. “¡Mira qué guapo viene este año el alférez cristiano!”, comentó alguien en voz alta. Y entonces, la Banda Municipal de Música arrancó. Ni una nota más. Ni una menos. Sonó a algo grande. A algo que estaba a punto de ocurrir. San Antonio, inmóvil en su arco, esperó. Sostenido por sus costaleros y rodeado de su Mayordomía, lo observó todo desde su trono, como quien sabe que lo van a arrebatar de un momento a otro—un 13 de junio más, como cada año—.


Desde lo alto del castillo, los cristianos aguardaron. Capas rojas, cadenas al cinto, cruces bordadas en el pecho. El centinela llegó con la noticia: los moros habían desembarcado. En la playa de Los Cocones, el humo se mezcló con la espuma de las olas. Aparecieron los turbantes, las babuchas, las cimitarras, los colores imposibles: azul eléctrico, amarillo, rosa. El bando árabe se deslizó por la arena con paso firme y trabuco en mano. 


El primer choque fue breve, frente a la isla de San Andrés, pero sonó a preludio. La contienda se trasladó después a la glorieta y allí fue otro cantar. Esta vez no mandaron las armas, sino las palabras. Las voces de los generales se abrieron paso entre los presentes. El lugar se llenó de carcajadas y vítores. Cada réplica fue esperada, saboreada. Entre ellas, una frase resuena con fuerza cada año —ya mítica, aunque nadie recuerde si llega antes o después—: “¡Oh, general bravucón!”. La gente aplaudió. Se rió. Se emocionó.


La primera jornada terminó con la victoria sarracena. Se quedaron con San Antonio, escoltado, como rehén de honor. Aunque solo por unas horas. Por la tarde, todo se invirtió. Los cristianos regresaron con más fuerza. Esta vez, las bandas —la del pueblo y las de fuera— no acompañaron: dirigieron. Marcaron el paso. Levantaron el ánimo. Cada compás hizo temblar el suelo. Los trajes ondearon como velas al viento. Los caballos relincharon. Las escuadras atravesaron la humareda. El pulso de la fiesta siguió latiendo, pero ahora al ritmo del contraataque.


Y ocurrió lo inesperado: el bautizo simbólico del vencido alférez moro. Un gesto solemne, compartido. Un abrazo entre adversarios. Una ovación unánime. “¡Eso no lo hicieron el año pasado!”, señalaron entre el público. Y tuvieron razón. La Relación de este año contó con alguna innovación que otra. También desde el bando infantil llegaron sorpresas. Los más pequeños del desfile ofrecieron flores a San Antonio. Con coronas, ramos y sonrisas nerviosas, rindieron homenaje al patrón bajo la mirada emocionada de la plaza entera. Una ofrenda inédita, sencilla. Uno de los momentos más tiernos del día.


Y sin que nadie lo anunciara, comenzó la procesión. San Antonio volvió a casa. La música sonó a final de película. Las lágrimas aparecieron. Las banderas se agitaron. Y detrás, el pueblo caminó. Carboneras no solo representó la Relación. La interpretó. La reinventó. La sostuvo. Porque aunque el guion sea siempre el mismo, nada se repite. Cambian las voces, el sol, los caballos, la emoción. Lo que no cambia es la certeza de que, al menos una vez al año, todo se detiene para recordar quiénes fuimos, quiénes somos y por qué cada año lo vivimos como si fuese la primera vez.

La glorieta repleta en la Relación. Fuente: Ayuntamiento de Carboneras.


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