MELENDI REGRESA A MADRID

 MELENDI REGRESA A MADRID

Veinte años no son nada

El asturiano convirtió el WiZink en un reencuentro masivo sin nostalgia ni despedidas, solo canciones que nunca se fueron

Melendi en el escenario del WiZink Center en Madrid. Fuente: Diario AS.


18 DIC 2024 - 10:02 CEST


Sara Ruiz Belmonte


No fue un resumen. Tampoco un adiós. El 17 de diciembre, Melendi cerró una etapa. No su música. “Hagamos que no todos los sueños sean durmiendo, que todas las guerras sean en la cama y que no todas las despedidas sean amargas”. Esta última frase flotó en el WiZink Center como el eco de algo que no se quiere soltar. Nadie pensaba en el final del espectáculo. Solo quedaba lo vivido. Unas horas antes, a las 21:06, cuando el ambiente aún olía a cerveza fría e impaciencia, Melendi volvía a Madrid con el penúltimo concierto de su gira “20 años sin noticias”. Pero no para repasar su trayectoria, sino para cantarla con el público. Las gradas estaban repletas. La pista, apretada. Camisetas con su rostro, bufandas oficiales al cuello y pancartas en alto. El WiZink era eso: una promesa sostenida en el tiempo. Y esa noche dejó claro que, al menos para los suyos, dos décadas no son nada.


No hubo presentación. No hizo falta. El escenario ya era de todos. Cada palabra estaba en boca de los espectadores antes de que él la cantara. Porque aquello era un concierto, pero también una vida entera hecha versos, como declaró el asturiano. “Esta la puse en mi boda”, gritó alguien en la pista cuando empezó “Caminando por la vida”. Otros, simplemente, cerraban los ojos. Porque cada cual había guardado un pedazo de sí mismo en alguna estrofa. Fue una rendición sin condiciones al cantautor.


“Barbie de extrarradio”, “Novia a la fuga”, “Violinista en tu tejado”. Canciones que no envejecen porque dejaron de pertenecerle. El público las llevaba tatuadas, en el pecho y en recuerdos que nadie más puede entender, salvo el artista. Melendi lo comprendía. Por eso cantó desde otro lugar, desde un sitio donde ya no hay nada que demostrar. Solo agradecer. Así lo plasmó: “La música no se guarda en estanterías, se siente, se llora y se lleva en el cuerpo”. Y el suyo, en esta gira, se ha dejado llevar.


No necesitó justificarse. Pero lo hizo. “Ojalá pueda repetir esta gira dentro de 20 años”, dijo bajo los destellos rojos, entre el eco de “Tocado y hundido”. No era una promesa, era un deseo sincero. “¡Y nosotros estaremos aquí otra vez!”, le respondieron, levantando una pancarta como si fuera una bandera. Y en ese deseo cabía el de toda una generación que había crecido con sus letras.


Las colaboraciones no fueron sorpresa. Fueron cariño en forma de melodía. Con India Martínez compartió “Con solo una sonrisa” y “Si ella supiera”. Voz a voz mostraron que en la música hay lazos que no se ven pero se escuchan. Mau y Ricky desataron la euforia con “La boca junta”. El WiZink se convirtió en verbena, las luces estallaron y los aficionados saltaban como si la canción les perteneciera. Fue Willy Bárcenas, integrante de Taburete, quien arrancó los gritos más inesperados. “¡No me lo creo, es Willy!”, exclamó un chico, justo antes de “Sirenas” y “Loco”. No era un dueto de agenda. Era de sofá y sobremesa. La complicidad fue real. Se tiene o no se tiene. Y ahí estaba.


El momento más feroz no tuvo letra. Llegó “Billy el pistolero”, cuando José de Castro se adueñó del escenario con un solo de guitarra que atravesó la sala como un disparo seco. Aplaudieron, reconocieron, ovacionaron. Porque Castro no es un acompañante más. Es parte del sonido de Melendi desde el principio. Su arquitecto musical. Su sombra entre los acordes. 


También hubo espacio para la calma. “Cheque al portamor” sonó al piano, sin artificios. Después, el homenaje: “So payaso”, un guiño a Extremoduro, banda clave en su adolescencia. Solo voz y coraje. No hacía falta más. Pero el silencio más profundo llegó con una frase para sus hijos, aunque hablaba para todos: “Cuando tengas un sueño, no lo cuentes hasta que empiece a materializarse. Cuídalo como a tu bebé”. No es fácil callar a 15.000 personas. Aquel instante lo consiguió. 


Y entonces, “Cenizas en la eternidad”. Sus “guerreros”, como él llama a sus seguidores, iluminaron el recinto con las linternas de sus teléfonos. En las pantallas del escenario comenzaron a aparecer sus rostros, captados desde las primeras filas, como si por un segundo el foco fuera para ellos. No fue un gesto cualquiera. Fue un aplauso devuelto. Una forma silenciosa de Melendi de dar las gracias por 20 años de música compartida.


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