CRÓNICA DE UN APAGÓN

 APAGÓN EN ESPAÑA

Un lunes a oscuras

Un corte eléctrico convirtió una jornada cualquiera en un día de improvisaciones, colas infinitas y teléfonos iluminando la noche 

Metro de Madrid a oscuras el 28 de abril de 2025. Fuente: RTVE.


28 ABRIL 2025 - 23:35 CEST

Sara Ruiz Belmonte


Hay días que se apagan sin previo aviso. No lo hace el cielo, ni el reloj. Lo hace la luz, de golpe, y convierte lo cotidiano en excepción. Falló un datáfono en un bazar: “¿No tiene efectivo? El datáfono no funciona, pero seguro que es solo un momento”, dijo el cajero. No lo fue. Se pararon los trenes. Los móviles se quedaron sin señal. La electricidad se esfumó y dejó a parte de Europa —España, Portugal, Andorra y el sur de Francia— improvisando cómo seguir el lunes. No hubo alarma. Solo signos aislados de un apagón: una radio encendida en una plaza, conversaciones sobre la falta de cobertura. En Alcalá de Henares, todo fue una coreografía de confusión. Semáforos sin vida. Caos. Estudiantes quietos en medio del asfalto repitiendo lo mismo: “No hay luz”. 


Frente a la estación cerrada de cercanías, el gentío aumentó. Carlos, alumno de cuarto de Arquitectura, necesitaba llegar a Tres Cantos. Darío, también de Arquitectura, a Rivas. Pensaron en compartir taxi. Pero el problema no fue ese, ni el tráfico. Fue el dinero en efectivo. Algunos se vaciaron los bolsillos y contaron con las manos lo que podía ser un trayecto. Otros miraron al cielo, como si, sin datos ni internet, la respuesta pudiera encontrarse en las nubes.


Los coches no se detuvieron. En los pasos de peatones, cruzar fue cuestión de instinto. La gente cargó garrafas de agua como si fuese la última vez. En una pequeña tienda en la zona de Libreros, los paquetes grandes se agotaron en menos de una hora. Solo quedaron unos cuantos botellines sueltos en la nevera. Una señora quiso llevárselos todos. El dueño se lo impidió: “También hay más gente”, le dijo. La frase no buscó justicia. Buscó calma.


No muy lejos, en la avenida de Madrid, frente al Carrefour, el autobús 223 fue la única opción para llegar a la capital. Pasó una vez cada hora. Pero era esperar o no volver a casa. Cuando por fin llegó, lo hizo lleno. “No cabe nadie más, tenéis que coger el siguiente para ir de Alcalá a Avenida América”, avisó el conductor. Nadie protestó. Todos intentaron pasar. A ver quién entraba. A ver quién no. Avenida América fue el siguiente punto de fuga. Allí, la cola del C1 dio la vuelta a la manzana. Tres horas sin avanzar. Algunos compartieron una galleta suelta. Otros ofrecieron un trago de agua tibia, rescatado del fondo de una mochila. Un muchacho sacó un chicle. Lo partió en dos. “Para matar el tiempo, aunque solo sea masticando”, dijo. Willy, albañil, no comió nada en todo el día. Tampoco habló mucho. Aguardó, como todos, algo que no llegaba. En un Mercadona cercano, hasta los pasillos se volvieron lugares de espera. El supermercado siguió abierto hasta bien entrada la tarde. Pero los productos desaparecieron. Ni agua, ni leche, ni fruta, ni chocolate. Solo algunas bolsas de patatas fritas, algún que otro bote de zumo escondido al final de una estantería y mucho cartón vacío. Quienes pagaron con tarjeta estuvieron de suerte. Los demás murmuraron: “Coge lo imprescindible”. Y siguieron llenando las cestas, como si aún no supieran qué estaba pasando. La meta fue Atocha. Pero los que llegaron no encontraron un final, sino más paciencia. La estación, cerrada. La noche, también. Atravesar la carretera fue, literalmente, hacerlo a ciegas. En la explanada, las maletas formaron pequeñas islas. Las baterías portátiles se compartieron como linternas de campamento. La cobertura siguió sin aparecer. El Ministerio de Agricultura se difuminó en la oscuridad. Las farolas jugaron a lo mismo. Frente al restaurante El Brillante, los nocturnos fueron la promesa de regreso. Y por eso los pasajeros se amontonaron. No hubo advertencias. Solo un apagón sin explicación y una ciudad que, por unas horas, se sostuvo en gestos mínimos: compartir comida, prestar una llamada, si había cobertura, guardar silencio. La luz no volvió de golpe. Tampoco el orden. Pero algo se descolocó. Como si el día no hubiese terminado. Lo demás —las causas, los mapas, los comunicados oficiales— llegaría después. Pero lo cierto es que, en ese lunes a oscuras, lo importante se quedó allí. Flotando. Donde suceden los días que se apagan sin previo aviso.











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